domingo, 21 de febrero de 2016

CAMILO TORRES: EL TABÚ DEL ELN

CAMILO TORRES: EL TABÚ DEL ELN

Febrero 21 de 2016

Está demostrado por diversos historiadores que el caso de Fabio Vásquez Castaño, primer comandante del ELN, era de psiquiatría. Su misticismo religioso cristiano, disfrazado de revolución, era extremo. Buena parte de la juventud latinoamericana compartió esa fiebre existencial –endiosando a Fidel y al Ché–, pero el caso de este jefe guerrillero era excesivo.

Y allí es donde entra a jugar el cura Camilo Torres. Era un aliado y un militante incómodo. Podía disputarle el liderazgo y hacerle sombra. Era mejor tenerlo como un mártir, un héroe asesinado por la oligarquía. Una víctima santificada por la opresión y la antidemocracia. Su desaparición física a manos de la fuerza pública podía ser un detonante de la inminente insurrección popular que de acuerdo al comandante Vásquez Castaño, estaba por darse.

Ese crimen se le convierte en un problema psicológico al ELN. El sacrificio de Camilo se vuelve un karma para esa organización. Los cuestionamientos a Fabio –única voz en ese grupo– por haber forzado la vinculación pronta del sacerdote bogotano al combate directo, bautizan desde el inicio al ELN. Surgió la malsana costumbre de identificar toda crítica con una supuesta insubordinación, cualquier comentario o reclamo con una labor de zapa divisionista y un enfoque político diferente con la traición. Por ello murieron Víctor Medina Morón, Julio César Cortes, Jaime Arenas, Ricardo Lara Parada y muchos más militantes.

Pero el problema va más allá. El sacrificio de Camilo tenía que expiarse. La “santidad” del cura guerrillero debía ser transferida a toda la organización. La lucha armada como método o forma de lucha política pasó a ser un dogma de fe, un objetivo en sí mismo, una identificación con la lucha revolucionaria. Nadie podía ser revolucionario sino expiaba sus pecados burgueses y pequeñoburgueses en el fuego purificador de la lucha armada. Era un bautizo de vida y una entrega revelada a la violencia liberadora.

La culpa del comandante la asumió toda militancia. Estuviera en el monte o en la ciudad. Igual como cuando una persona cree que fue el causante de la muerte de una persona querida y le teme hasta al recuerdo del fallecido. Lo hace porque de alguna manera en algún momento de su vida en común le deseó la partida abrupta por algún motivo. Y según se observa, todavía el ELN carga con ese exagerado amor que oculta el temor al castigo. La única forma de “revivirlo” y de “exculpar” su pecado es convirtiéndolo en un mito. Así sea un mito de muerte.

Ello explica que cada 15 de febrero los “elenos” revivan su duelo y conmemoren esa inmolación con más sacrificios. Humildes cristianos, policías y soldados, deben ser ofrendados a su dios, en una liturgia mística en donde, al igual que hace el cristianismo desde siempre, se asesina la imagen del enemigo y después todos comen “el cuerpo y la sangre de Cristo”, en un ritual lúgubre y sombrío que los compromete con una inevitable e histérica ofrenda por los pobres. Es una verdadera trampa patológica y una expiación continua, que no tiene fin.

Es una tragedia y un conflicto espiritual que linda con la locura. Todo, en nombre del pueblo.


E-mail: ferdorado@gmail.com / Twitter: @ferdorado  

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